El linfoma es un cáncer del sistema inmunitario que afecta a los ganglios linfáticos y órganos asociados, y que puede manifestarse en diferentes formas, dependiendo del tejido afectado y los linfocitos involucrados. Se clasifica en dos grandes grupos: linfoma no Hodgkin y linfoma de Hodgkin.
Los linfomas constituyen un grupo grande y diverso de neoplasias que se originan en el sistema linfoide. Los linfomas pueden clasificarse como linfoma no Hodgkin y linfoma de Hodgkin, cada uno con características y índices diferentes de incidencia y gravedad.
El sistema inmunitario juega un papel crucial en el desarrollo y tratamiento del linfoma, ya que las células neoplásicas pueden evadir las defensas del cuerpo.
Debido a la influencia de varios factores, las células pueden sufrir transformaciones cancerosas, lo que lleva a la proliferación anormal e incontrolada de líneas celulares mutadas. Las células del sistema linfático que más a menudo sufren transformaciones cancerosas son los linfocitos B, los linfocitos T y las células NK (asesinas naturales).
Dependiendo del tipo de células del sistema linfático donde se desarrolle el cáncer, puede causar diferentes síntomas y puede afectar a diversos órganos en el cuerpo. Esta proliferación neoplásica puede afectar a personas de todas las edades, incluidos niños y adultos. Entre los linfomas se encuentran el linfoma no Hodgkin (LNH) y el linfoma de Hodgkin (LH).
Comprender los diferentes tipos de linfoma y sus causas es esencial para el diagnóstico y tratamiento adecuados. La información sobre el linfoma permite a los pacientes y profesionales de la salud tomar decisiones informadas.
Los linfomas no Hodgkin ocupan el sexto lugar entre los cánceres malignos en términos de morbilidad y mortalidad por cáncer. Estos tienen una incidencia anual de 5.7% por cada 100.000 habitantes. El linfoma no Hodgkin causa frecuente mortalidad en personas alrededor de los 30 años y después de los 50 años.
Considerando la dinámica de desarrollo de la enfermedad, el linfoma no Hodgkin se puede dividir en:
A pesar de los avances en la investigación, el linfoma sigue siendo un desafío médico debido a sus causas complejas y variadas. Al igual que con otros cánceres, se desconoce la causa exacta de su desarrollo, pues los linfocitos pueden transformarse por múltiples factores.
Sin embargo, en algunos casos de linfoma, existen ciertos factores de riesgo reconocidos para la enfermedad. Se pueden dividir en ambientales, ocupacionales, infecciosos, inmunológicos e iatrogénicos. A veces, los factores genéticos pueden tener un rol decisivo.
Se observa una mayor incidencia de linfoma en personas que trabajan en la industria química, además de aquellas expuestas a pesticidas, herbicidas, benceno o radiación.
Las infecciones por agentes como VEB (Epstein Barr) o VIH (Virus de la inmunodeficiencia humana) contribuyen al desarrollo del linfoma, afectando así el sistema inmunitario.
La inmunosupresión y las inmunodeficiencias de diversas etiologías también son factores importantes que aumentan el riesgo de cánceres del sistema linfático.
Los riesgos elevados también están presentes en personas que han recibido tratamiento quimioterapéutico para otros cánceres en el pasado. El tratamiento quimioterapéutico para otros tipos de cáncer puede aumentar el riesgo de desarrollar linfoma, debido a los efectos secundarios en el sistema inmune.
Para diagnosticar el linfoma, se realiza un examen histopatológico de todo el ganglio linfático patológicamente afectado o de un fragmento del tejido afectado. Es necesario un examen microscópico, y además de la evaluación histopatológica estándar, se realiza una inmunofenotipificación para determinar con mayor precisión el tipo de linfoma. La biopsia del tejido linfático afectado es crucial.
Adicionalmente, si se sospecha o diagnostica un linfoma, también se realizan imágenes para determinar la gravedad de la enfermedad. Estos estudios de imagen son esenciales en la evaluación del linfoma, ayudando a determinar el alcance del cáncer y planificar adecuadamente el tratamiento. Por ejemplo, una ecografía abdominal o un examen radiológico (rayos X, tomografía computarizada).
Actualmente, la PET/CT (tomografía por emisión de positrones) con fluorodesoxiglucosa (FDG) se usa a menudo para determinar la gravedad de la enfermedad y monitorear los efectos del tratamiento.
El diagnóstico del linfoma se suele basar en múltiples factores, los cuales determinan la gravedad clínica según la clasificación Ann Arbor.
Los grados I y II a menudo se denominan conjuntamente gravedad limitada, mientras que los grados II con masa nodular extensa (denominados voluminosos), grado III y IV se refieren a una enfermedad más extensa.
La presencia de síntomas generales de la enfermedad, esto es, fiebre superior a 38 grados durante al menos dos semanas, sudores nocturnos, pérdida de peso mayor a 10% en no más de seis meses, se designan con la letra B y su ausencia, con la letra A.
La gravedad clínica de los linfomas según Ann Arbor:
Los signos clínicos del linfoma pueden ser muy diversos en el cuerpo. En muchos casos, el síntoma clínico más común es el agrandamiento indoloro de los ganglios linfáticos.
Los signos que deberían dar lugar a una preocupación oncológica incluyen:
Cuando los ganglios linfáticos afectados presionan diferentes estructuras, pueden aparecer síntomas como disnea, enrojecimiento e hinchazón de la cara (síndrome de la vena cava superior), ascitis e inflamación de miembros inferiores (en el caso de ganglios abdominales agrandados). Además, otros síntomas son:
Algunos pacientes también pueden experimentar síntomas generales de la enfermedad, conocidos como síntomas B:
Si la médula ósea se ve afectada, generalmente se observan resultados sanguíneos anormales: una morfología de la sangre periférica que muestra un aumento de leucocitosis, anemia y trombocitopenia. Un diagnóstico temprano a través de pruebas específicas como biopsias puede ayudar a determinar el tipo de linfoma y guiar el tratamiento adecuado.
El método básico de tratamiento se basa en la quimioterapia, junto con varios medicamentos y, en ocasiones, radioterapia dirigida. La terapia adecuada para cada forma de linfoma es crucial, basándose en un diagnóstico preciso y la respuesta del cuerpo al tratamiento. Los ensayos clínicos en curso continúan explorando nuevas opciones de tratamiento. El método básico de tratamiento es la quimioterapia, junto con varios medicamentos.
A pesar de la mejora significativa en los resultados del tratamiento del cáncer linfático y el uso de diferentes combinaciones de fármacos y el trasplante de médula ósea, todavía no se ha encontrado un método completamente satisfactorio de terapia del linfoma no Hodgkin.
Es diferente para el linfoma de Hodgkin, para el cual la quimioterapia y la radioterapia agresivas cambian significativamente el curso de la enfermedad y mejoran el pronóstico. La enfermedad de Hodgkin detectada en su fase temprana es curable en casi 90 a 95% de los casos, mientras que los linfomas no Hodgkin oscilan en una tasa de 40 a 70%.